¡Quiero vomitar! -Sé que no es un buen título- pero, es tanta la necesidad de flanquear la inspiración en una prosa.











(Hay un universo invisible e mutuo en razón a uno y a miles que divagan buscando sus zapatos; y espejos que yacen en jardines metálicos. Dentro y muchos pies atesorando la búsqueda de una consonante perpetua a través del hielo de la observación y el desierto tibio de la libertad de expresar los sonidos de una mueca herida en el pavimento, tantas calles de una ciudad gris sin corazón)
























-Título: Rutina no de siempre en la Ciudad Gris-


Me gustan tus ojos azules, me gustan más cuando son verdes, me mirabas; ¡te miré! quitaste la mirada, te flanqueé, te miré; y mi me miraste (Me hubiera gustado preguntarte sobre el juego de miradas) Pero, no te conocía, ni tu menos a mi, era el regreso, el regreso de un viaje con motivo, pero, en mente no había motivo para terminar en dos piezas; o en tres, y recordar que de nuevo viajo en los brazos del movimiento de la electricidad por el cuerpo interno, y todo eyaculan personas, y las puertas se abren; y salen de allí motivos para regresar a sus trabajos; motivos para encontrarse con quien quieren encontrarse y motivos para descansar en sus casas o en el restaurante más cercano o tal vez relajarse en las plazas atestadas de palomas; pero eso es en el final; es cuando ya ha terminado la labor de renunciar a una mañana atestada de ajetreo visual.


No importa el año; ni el mes, sólo el día; 18 de algo;
9:00 A.M.

El sol parecía caerse, esta colgado en un techo quebradizo -siempre se caen lágrimas de ese techo- ayer se cayeron zapatos doblados; hoy solo cayó la brisa; y parecía que la contaminación había sido exterminada.

Saludé a tres personas, una señora que no recuerdo, un caballero que pareciera que sonríe siempre; y un niño que no conozco, pero me saludo, y por caballerosidad debía devolverle el saludo; aunque de nuevo me dijo hola, era como devolver el tiempo, y de nuevo al principio con su hola y yo qué; respondí de nuevo con un hola; y caminé, caminando sin motivo alguno; tratando de derribar las calles circundantes que se acercaban con una tristeza tétrica, y delineando la soledad de esas calles vacías, hasta ver como el murallón de más de cincuenta kilómetros miraba sin mugre en sus ojos -La cordillera tendrá ojos- (Yo creo que mira a todas las hormigas como trabajan en la labor de mover sus pies y sus manos, y algunos simios mueven sus patas que siempre llegan a ser pies -yo una vez me consideré simio, aunque me considero aún- -El humano es un animal que quiere ser superior; hasta poder destruir a la misma vida que habita- por ende prefiero llamarme simio en la realidad de humanos. 



Bueno el murallón mira con tristeza, como los metales corren tras calles agujereadas de zapatos y ruedas torcidas en un lamento efímero del trabajo de siempre.

Y me detengo donde todos se detienen, miro el reloj -es verdad no tengo reloj- pero, miré mi muñeca por un acto reflejo, quizás ayer tuve un reloj, aunque el reloj que siempre llevo esta tatuado en mi pecho- Había un tumulto de muchedumbre, todos a guerra y codazos por abanicar un espacio en el corcel metálico; todos y dos señores de rojo con una identidad enorme "Fiscalizadores" se hacían señas entre sí, vieron a una pareja con un coche enorme, tomaron al bebe, y uno de los padres lo dobló hasta dejarlo pequeño, y subieron al corcel vegetal, hasta terminar hasta no sé donde.

Y me senté en el paradero, viendo a la muchedumbre irse -no me gusta los espacios llenos- el asiento era un hielo, aunque esperé por 30 segundos, pero el frío asesinó mis glúteos, y la música en mis oídos me hacía pensar sobre aviones de papel exterminando a la meditación de ecos; fumados por el señor de a la derecha. Un Bus con el número 208 se detuvo, abrió sus pestañas, y entré a sus ojos, era un pasillo con el final de un rostro perdido en el sueño, -saqué la tarjeta- la roce en los labios del lucro, y sonó un chillido de alegría para el Estado, y los brazos debajo ya no estaban estáticos, pude desplazarme, pude moverme hasta las vértebras del corcel.

Pero saben algo, -en ese momento- estaba en el limbo de mis pensamientos e versos surrealistas de una realidad externa con la realidad de viajar en un bus público, y de pronto, cuando con una sonrisa de libertad; oía un tema genial de "Deep Purple" y dejo de escucharse en mis oídos, lamentablemente el cabello de cobre se enredo con una vértebra, y el sonido del Olimpo, dejo de remover los poros surrealistas de mi existencia, y ha muerto un "audífono" y... escuché los ecos de conversaciones ajenas, pude ver que habían más personas existiendo, pude y sentí que no era el único pasando las pruebas del destino, de la vida, de todo.

Y es raro saben, es raro ver como todos hablan entre sí, unos cantan sin saber que otros les escuchan, y otros juegan con sus manos o un lápiz, y los más cultos juegan con sus ojos en páginas que se ríen de ellos, al saber que mientras más se presionan leyendo, menos entenderán el cometido de cada lectura sobre la locomoción pública. De alguna forma es aburrido no tener un acompañante en los oídos, ni el sonido de una pieza clásica, ni el rock de locura mental de una guitarra transformando los tarros en etérea razón de sentir, vivir y gritar hasta quedar sin garganta. Pero, eso no era lo que pasaba.

Observé- las calles se doblan, pareciera que alguien las dobla, -pero, no suelo ver a nadie doblarlas-
y llego a otro lugar, ahora hay muchas personas detenidas en puestos del cielo, todo es tan extraño, los ecos en mis oídos, y una anciana sentada cerca, es aterrador, de alguna manera, el tiempo pasa más rápido, hasta ver que las pestañas se abren, y miro; y estoy en "San Antonio" y no sé a donde ir; sólo sé que debo encontrar a "Morande 404" -Digo permiso- la anciana se mueve pero sin pararse; me doblo en una posición de 360º -ya, que el corcel se detuvo de estruendo- y abre sus pestañas, y entonces bajo, bajando en una vereda un poco hostil de zapatos.

Pareciera que todos corrieran, pero ellos caminan; caminan a paso rápido, como sí fueran electrones en busca de su fin común, -mover a un país; con sus trabajos, o sus anhelos o aspiraciones- 

Y es extraño, por el hecho, que escucho, una sinfonía, y es conmovedor, me adentré en "Paseo Huérfanos" hasta encontrar la dichosa calle, y en un lapso sin detenerme; escuche la sinfonía, era tal pulcra la nota; y los agudos, los graves; ¡TODO!
-La sinfonía, es la de muchos zapatos, tocando el instrumento de la calle apedreada, ese sonido tan sutil, tan audaz; tan profundo, tan perfecto, que todo es un caos, todo, todos por allá; por acá; por latitudes más allá de la imaginación, removiendo las entrañas sensoriales, corrompiendo la tranquilidad de un orador meditando.

Pero yo, con una sonrisa maquiavélica; una sonrisa demente; pero para dentro, dentro sonreía gritando, oír la delicia de miles de zapatos sonando raudamente entre las murallas de enormes gigantes de metal, con la aspereza del frío tétrico de la ciudad gris. Es tan cautivador. Tan del otro mundo, hasta me pareció estar muerto, y sentir el paraíso en mis oídos.

Ni siquiera con los audífonos, he sentido ese sonido angelical de un ruido más allá de la expectativa de querer terminar con mi caminata, sonreía a gritos, y no sé cuánto tiempo ha pasado, hasta que pude ver a dos sujetos con cabezas albas, y vestimentas verdes, miran y hablan sandeces; abrigando una caja enorme con cuatro ruedas debajo. O quizás son seis u ocho ruedas. -Que importa-

Y la dichosa calle, "Morande" pero, el problema era saber por el lado donde ir, sí a la izquierda o a la derecha, no tenía monedas para decidirlo, así, que decidí lo inverso a mi razonamiento normal; a la derecha; habían muchos pingüinos -pero, adultos- Hablaban también sandeces, todos correctos, todos hablando de "ni idea" todos parecían callarse pero hablando, son muy extraños.

Y estaba perdido. Me detuve frente a una señora de tres ojos, brillaba cuando pasaba un minuto, cambio a rojo y las ratas metálicas se detuvieron; cambio a verde y siguieron las ratas, me fije en ello, pensando en donde quedaba ese lugar con las raíces de un árbol, -queda al frente de la biblioteca nacional del congreso dijo "La conciencia"- (Pero en realidad no sé donde esta) Cruce cuando cambio a verde, y esperé un minuto, crucé cuando cambio a verde a la izquierda, y caminé, en realidad no crucé cuando cambio, pero le faltaba poco para ello. Y caminé; una chica hablaba con un aparato pequeño, pensé; ¡Está LOCA! habla y habla, sobre un trabajo que debe entregar, y habla mucho, pero no se mueve, y no me deja caminar hasta llegar a donde no sé llegar, y tuve que saltar; volar; para volver a aferrarme a la vereda. 

La puerta, una puerta enorme con un hombrecito en la entrada, y unas pestañas de cristal, y una sinfonía más, pero, de ecos, resonaban en los estantes de dientes mordiendo la intranquilidad de dedos; fumando la muerte en una artritis segura. Le pregunte algo al hombre, me digo a la derecha ¿Por qué siempre a la Derecha? 

Y se abrieron las pestañas; y entré a ese escondite de maleantes, habían unos asientos sentados en ancianos -Siempre hablo al revés, hasta cuando pienso- y junto a mi, entro un señor con un maletín adherido a su brazo inválido -al parecer tenía un garfio- debió ser un "Pirata" de alguna forma peleaba con el maletín; sin poder sacar el documento anhelado. Yo, deje que mis manos se adentraran en los bolsillos que no llevan nada, y saque dos papeles. Y una voz resonó los tentáculos de los nerviosos; y dijo: "Pase el siguiente" y pasé; -no me fijé sí era por orden de llegada- de algún modo pasé; y nadie dijo nada. 
El señor raspaba el apellido de la hoja por una secuencia de números amorfos, y se rascaba la frente, y de nuevo pasando otro documentos; y apretando los dientes de un coyote; que vomitaba hojuelas de metal de un papel saliendo del trasero de una caja alba de amargura. Le dije "ha terminado" Me dijo: "No joven" esperé, y recibí el parto de letras y números en mis manos, y dijo el señor "Pase el siguiente".

Saliendo de ese lugar de ecos tartamudos. Sentí la incomodidad del lugar. Me refugie en un sueño, hasta despertar en la línea del estomago; de algo que llaman "metro tren" baje como sí estuviera el tiempo masticando mis pies, y me adentre en el abismo de sonidos ahogados, como queriendo gritar; todos corriendo, pero saliendo como sí los persiguiera un animal salvaje. Y claro ese animal se llama rutina o TIEMPO, y bueno el tiempo no me perjudica, sólo quería comprar audífonos nuevos.



Y tome la tarjeta, y fue extraño, en la frente del lucro; marcó sólo veinte pesos, como para comprar un frugelle, fue raro, tan poco tiempo ha pasado, ni siquiera llevo una hora de movimiento pendular en mi motor de tiempo, en fin. Me deslice por las escaleras, bajando tanto, tanto, tanto, tanto ¡TANTO!
que el lugar estaba vacío, al parecer estaba el intestino de algo, y derecha a izquierda pasaban suplementos de personas colgadas, sentadas y hablando de muchas cosas; sólo veía labios. De alguna forma pasó un suplemento a través de mis ojos. 

Abrió sus pestañas metálicas de cristal; y de entrelace a una muralla metálica, dentro habían muchas caras, rostros de afligidos en la rutina diaria; muchos sujetos y las señoras sentadas; las jóvenes mirando, y muchos mirando nada. Y de pronto, alguien me miró, sentí como sí hubiera un enorme ojo acechando mi elocuencia al saberme existente. La miré, y quitó su mirada, la miré yo, y quito su mirada, de ojos verdes la miré; pero más me gustaban sus ojos azules, -delgada; blanca; su pelo liso y de color extraño; su rostro elocuente y la familiaridad de mirar y luego quitar la mirada, o sentirse mirada y mirar a quien la mira; como un juego de miradas- Fue extraño, era demasiado extraño, saber que alguien tiene la misma particularidad.

Y pasaron muchas estaciones, Paso "Einstein" me pregunto porque no lo pronunciarán con "Ains" es extraño, porque como se lee y no como se pronuncia, acaso se pronuncia así en Chile, pero, la realidad que ahora dice "Dorsal" recordé a unas aves que nunca he visto, pero me suenan en cuentos de mi tío, y otras cosas que me cuesta recordar. Y "Zapadores" no sé porque me recuerda a Zapatos,  y una sinfonía pasada, y de repente se bajo ella, -una desconocida- era extraño, en fin, aún no era mi turno.

Y de pronto "Vespucio Norte" y como es la última estación, había que bajarse por "el lado Izquierdo" al fin algo que es del otro lado, aunque los lados siempre son los mismos, siempre son los mismo payasos tratando de manejar un tren de recursos económicos y culturales; de recursos de Sociedad. Y bajé; y subí hasta llegar al cielo, hasta llegar al espacio y desde dentro morir en el universo.

La Historia continua, pero se me cansaron los dedos.
Tengo todo en la biblioteca ilimitada de mi cerebro...


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